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Andrew Nielsen ha sido bautizado como Obélix entre su familia adoptiva: otros productores de Borgoña. Además de un cierto parecido (que lo tiene), es su bonhomía que lo hace particularmente entrañable y difícil de desagradar.

Andrew forma parte de una nueva generación de productores que no han tenido la suerte de nacer en una estirpe de bodegueros o viticultores en Borgoña. Fue una botella de Dujac Clos de la Roche que le hizo dejar su trabajo como publicista para embarcarse en un nuevo viaje de descubrimiento, que le llevó durante cinco años por tres continentes hasta acabar trabajando con Patrick Bize del Domaine Simon Bize. Fue allí donde incubó el proyecto de négociant que empezó en 2011.

Hoy en día, Andrew y su mujer Emma, compran uva de gran calidad, siempre de los mismos viticultores, siempre las mismas hileras y siempre cultivadas en ecológico. En su nueva bodega, una casa reformada en el pueblo de Meloisey, elabora vinos de mínima intervención de denominaciones con precios más asequibles que las más reconocidas, pero con nada que envidiar en cuanto a finura, tensión y profundidad.

Además, sus valores de sostenibilidad (vinos embotellados en botellas ligeras, sin cápsulas o incluso el uso de Bag-in-Box) están totalmente alineados con los nuestros.