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Jean-Baptiste sabía desde pequeño lo que quería hacer de mayor. Con su padre, director de la mayor cooperativa de la zona, solía caminar entre los viñedos de la familia empapándose de su forma de vida. Después de realizar sus estudios de enología y trabajar en bodegas de todo el mundo (por ejemplo Château Latour en Pauillac o Comte Armand en Pommard junto con Benjamin Leroux), decidió embarcarse en crear su propio proyecto.
Habiendo trabajado en Borgoña, donde incluso terruños mediocres se separan y embotellan por separado, y habiendo muy poca tradición de separar parcelas en el Ródona, decidió que este sería el hilo conductor de su proyecto. Así pues, creó un “micro-negóce” siguiendo la filosofía de los monjes cistercienses: una parcela = un vino. Actualmente, de poco más de 3 ha de viñedo, Jean-Baptiste elabora 19 vinos diferentes.
La visión de Jean-Baptiste es la de intentar trabajar con parcelas en las cabeceras de las colinas (têtes de coteaux), donde el granito asoma a la superficie y los vinos adquieren una tensión y agarre que los convierten en auténticos vins de garde, al contrario de la tónica actual de producir vins de soif.
El antiguo establo de la casa familiar, construida a finales del s.XIX, se ha reconvertido en la sala de barricas (todas usadas), donde las condiciones perfectas de temperatura y humedad permiten una crianza lenta y salubre de todos sus vinos. Los blancos suelen estar elaborados con una “hyperoxidación” del mosto, una técnica para hacer que los vinos sean más estables y reducir la necesidad de añadir sulfuroso. Los tintos suelen estar elaborados con 100% raspón y de dos a tres semanas de maceración. Son vinos estructurados, con un tanino vivo y un toque amargo característico en todos sus vinos. Los toques florales y aéreos aparecen en según qué parcelas, con una elegancia propia de propiedades mucho más asentadas e históricas.