Carmelo Peña es como un Renault Clio, joven aunque sobradamente preparado. Así lo atestigua su curriculum, plagado de nombres archiconocidos como Raúl Pérez, Pedro Parra o Dirk Niepoort, los cuales han ejercido una gran influencia en su manera de ver el vino, desde una viticultura respetuosa y que refleje paisajes en cada botella que pone en el mercado. En 2017, con apenas 30 años, decide emprender su propio proyecto en su Gran Canaria natal. Esta isla tan solo cuenta con 200ha de viñedo, todas ellas a gran altitud y, golpeada por los vientos alisios, es una de las islas del archipiélago canario con menor superficie de viñedo.
Carmelo trabaja en cotas de entre 1100 y 1450 metros sobre el nivel del mar, un factor clave en la elaboración de vinos frescos, vibrantes y para nada reminiscentes de climas cálidos o latitudes ecuatoriales. Los viñedos están mezclados de variedades locales, de las que la Listán Negro y la Listán Prieto dominan en porcentaje, pero en los que también se encuentran variedades blancas entre-plantadas. Las grandes pendientes, de hasta un 50% de inclinación, definen un paisaje de viticultura de montaña, casi heroica, en los que el secano, la viña vieja prefiloxérica y los suelos volcánicos nos pintan una imagen de vinos extremos, que nada tienen que envidiar a aquellos de Tenerife o Ribeira Sacra.
En su pequeña bodega, Carmelo elabora todos sus vinos usando la mínima (pero suficiente) intervención, fermentando con levaduras salvajes y con maceraciones largas y extracciones suaves. Los vinos se embotellan sin ningún proceso de clarificación o filtrado, resultando en ejemplos puros, salinos, finos y profundos.
Ikewen es su vino de isla, una mezcla de siete viñedos diferentes de Listán Negro y Prieto y variedades blancas, afinado en una combinación de depósitos de acero inoxidable y barricas usadas de entre 225 y 500 litros.
A su vino de entrada de gama se unirán en breve los parcelarios, que reflejan las características especiales de sus mejores viñedos.